Si no hay sol, que haya penumbra

Atenea en éxtasis
3 min readNov 18, 2020

El encierro de días, de semanas, de meses, sentenció la rutina horaria, el espacio conocido redundó en su disposición: de mi habitación al baño, del baño a la cocina, un espacio de convivencia con toda su disponibilidad, vacío, y abría cada ventana para que el viento dotara de vida la inercia de mi sitio.

En el proceso, la compañía de dos que se saben en teoría, depositó las discusiones haciéndolas necesarias — La convivencia no abarca todo lo que implica- pensé, similar a tiempo atrás donde contemplé el origen de “tres son multitud” y ese título en la biblioteca de mi abuela “nosotras que nos queremos tanto” la ironía de entonces, me dejo muda y sin risa.

Antes pensaba que el problema radicaba en la costumbre, cómo ella nos hace perder los detalles, lo nuevo, depositado en cada ciclo: semejante, con su rastro de diferencia. Disposición entonces — abrir los ojos es un acto voluntario- parece aún más difícil dirigir el interés luego del enunciado.

¿Cuántas veces he recorrido esta habitación?, sin embargo, hoy sabía que luego de abrir la puerta habrían tres más, pero ya no en la simplicidad de su función, sino más bien, como estaciones donde se sitúa la mente en su ingreso, donde el tiempo fluye por su significado, en estos tiempos, diferente.

La necesidad se hizo vicio y no dependencia imposible, el sitio de mi añoranza, ocultó el sol del cual consciente me despedía, sin considerar ahora los amaneceres, ni el agradecimiento de saberme viva -toda penumbra al interior de mi memoria, recorriéndome los años- Espacio vacío, habitado.

En el crepúsculo de mi mente, adquirí el contacto con los términos que he decidido en mis significaciones de los sitios, que no son este. En soledad, íntimamente, reconocí el detalle de aplacar la costumbre, en la certeza de los humores, mis temperamentos del día, que tranzan, solo en dependencia de la distancia de su conocimiento, la piedra de mi zapato izquierdo, andanza incómoda y sabida, expuesta a través de mi palabra de siempre, cotidiana- similar a la de hoy-.

A pesar de la despedida del sol, los vestigios de una luz antigua fueron la causalidad de mi encuentro: propuse la organización de mi sentido, el cual se extendía por los olvidos de mi costumbre, donde había y yo descansaba en la comodidad de mi certeza a ojos cerrados.

¿Daría, junto a mi palabra, con el romanticismo de los malditos, con la racha del día, que no es de nadie más que mía?

¿Dará el mundo, la humanidad que lo habita, hoy con el triunfo — en la inmunidad de su espera, con un paso fuera, en valor diferente de aquel entorno pasado de calles con sol, de vientos y viajes de ida y vuelta –? ¿Se contemplarán a sí mismos, ahora con los instantes un poco más limpios, fuera de los hábitos que revelarían las distinciones como acertijos diarios, para dar con el regreso?

Luego del tránsito entre lo interno y lo externo — “¡oh alma!” diría Miller- di con el ápice, la desintegración de mis cimientos; la monotonía de una soledad impuesta — larga espera- contraria a la que se elige, resignificó mis direcciones — de tonos, de gestos, amor de silencios- y en la diferencia que el entorno me propuso solté las intransigencias:

“Si no hay sol que haga saber en su muestra,

Que haya penumbra que avise su ausencia”.

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